1º.    Saber a quién le vamos a hablar (no es lo mismo un jefe, un amigo, mi pareja, etc). Elegimos el momento adecuado teniendo en cuenta el estado de ánimo de la otra persona (si no lo sabemos, es mejor preguntar que dar por supuesto: “¿tienes un rato para que hablemos?”).


2º. Antes de expresar lo que quiero decir, pedir o transmitir, es necesario que lo piense a solas. Si es necesario, lo hago por escrito. Busco la manera de decirlo sin agresividad, sin atacar al otro y utilizando “mensajes yo” (“yo siento…”, “yo creo…” etc), sin juzgar a nuestro interlocutor, ya que cuando nos sentimos juzgados siempre nos defendemos. Nosotros también.


3º. Si vemos que el tono de la conversación empieza a escapársenos de las manos, es preferible detenernos y aplazar la charla para otro momento. Esto exige un esfuerzo extra por nuestra parte para aceptar la frustración que nos puede producir irnos sin habernos entendido del todo. Pero a la larga es preferible, ya que cuando retomemos la conversación lo haremos más calmados y habiendo reflexionado sobre el , por lo que ya podemos ponernos en su lugar.

“La comunicación nos puede jugar malas pasadas, ya que entre lo que yo quiero expresar y lo que realmente expreso hay una pequeña diferencia, y finalmente entre lo que yo digo y lo que el otro escucha y entiende, puede existir una gran distancia”